Indalecio Prieto Tuero (Oviedo, 1883-México, 1962) fue uno de los más importantes políticos socialistas de la llamada «segunda generación», la que sucedió al fundador del PSOE, Pablo Iglesias.
Índice
Prólogo
1. Reforma, revolución y reconciliación nacional.
2. La gran huelga minera de 1890. En los orígenes del movimiento obrero en el País Vasco.
3. Indalecio Prieto y la política modernizadora en el País Vasco.
4. El particularismo político del socialismo vasco: el «prietismo».
5. «La Lucha de Clases»: estudio de un periódico socialista en el País Vasco durante la II República.
6. La implantación orgánica del PSOE en el País Vasco durante la II República.
7. El movimiento socialista en la zona minero-industrial de Vizcaya durante la II República.
8. La crisis del movimiento socialista en el País Vasco, 1935-1936.
9. Indalecio Prieto, ministro en los gobiernos de Largo Caballero y Negrín durante la Guerra Civil.
10. Indalecio Prieto y el «problema vasco».
11. Indalecio Prieto, «un demócrata radical».
Cronología
Bibliografía
Anexo fotográfico
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Sinopsis
Indalecio Prieto Tuero (Oviedo, 1883-México, 1962) fue uno de los más importantes políticos socialistas de la llamada «segunda generación», la que sucedió al fundador del PSOE, Pablo Iglesias.
Prieto encarnó los valores del socialismo democrático como pocos socialistas españoles de la primera mitad del siglo XX. El suyo fue un proyecto político -de afirmación democrática, defensa del pluralismo y reforma social- íntimamente ligado a la idea de un régimen republicano. La reforma del Estado y la mejora social mediante el establecimiento de una verdadera democracia republicana: ese fue el objetivo político de Prieto a lo largo de su vida. Pero su etiqueta reformista no le impidió lanzarse a la revolución, en octubre de 1934, dejando maltrecho al Partido Socialista y a la República misma. Prieto sustituyó insensatamente -lo dijo él mismo- la política reformista por la revolución de sentido socialista, reconociendo años más tarde su culpa y la del Partido Socialista, por haber abandonado y combatido a la República, por muy justificado que hubiera podido estar el temor a la CEDA. Si se hubieran «mantenido por medio del sufragio las anteriores posiciones políticas y parlamentarias» del Partido Socialista -proclamó ya en el exilio-, y si se hubiera hecho política, pleiteando parlamentariamente, no habrían nacido «los daños» de la guerra civil, ni los padecimientos del exilio.
Habiéndolo comprendido mejor que ningún otro socialista, dio todo lo mejor de sí mismo, durante los largos años de exilio, para lograr una concordia entre españoles. Su fórmula de un «plebiscito» que determinara el tipo de régimen que quisieran darse éstos a sí mismos -como primer jalón de una reconciliación nacional en España-, fue directo antecedente de nuestra Transición democrática, de 1975 en adelante.